lunes, septiembre 05, 2005


Desapareció.

No dijo nada.

Ningún gesto que le hiciera presagiar el final de la línea discontinua que estaban trazando. Se quedó sola.

Esperando una llamada, un beso de despedida, un adiós. Pero se marchó como se marchaba cada tarde y lo único que oyó fue un hasta luego.

No volvió.

La dejó en penumbra, buscándole a tientas, intentando tocar con los dedos algún trocito de lo que tuvieron. “Siempre acudes a rescatarme”, decía. Y era verdad.

Lo quería tanto que olvidaba quererse a sí misma. Sabía descifrar cada frase que escribían sus ojos. Entraba en ellos abriendo puertas cerradas, atravesando paredes. Y encontraba miedo; también mucho amor.

Pero ese día, se le fue de las manos. Olvidó mirarle a los ojos y no supo ver el final.

No supo ver las verdades a medias, las medias mentiras, los párpados cerrados a fuerza de voluntad.

Bebió un poco; se metió en la cama. Trató de encontrar los porqués. Pero no había nada. Comenzó a leer las cartas, los mensajes. Sacó del baúl la caja de recuerdos y vio cómo salían a borbotones. Le empaparon el cuerpo y ahora no consigue escapar de ellos.

Pero “la vida sigue”, le dicen. Y ella lo sabe.

Sabe que hay algún camino más allá de esos ojos, que hay vida más allá de sus besos. Pero hay veces en que saberlo no sirve de nada. Ha perdido la orientación, el rumbo.

Vertió tanto que cree estar vacía. Como si por cada arteria de su cuerpo circularan sólo esos recuerdos. La asfixian, le oprimen el pecho, le impiden respirar, tomar aire.

Sueña con encontrar un desvío en la carretera de su cuerpo; o salir del coche, bajarse en marcha, salir corriendo.

1 comentario:

kay dijo...

familiar, sin duda
"me lo advertiste": que no te corten las alas, que luego te cuesta mucho renacer... qué ciego es el sentimiento éste que ya ni sé perfilar