Hoy haré una excepción a todo lo que he escrito hasta ahora porque la ocasión lo merece. Incluso, como excepción, voy a escribir en negro, pero no os acostumbréis. Y es que ayer tuvo lugar en mi facultad un acto homenaje a Bobby Deglané, que coincidía con el aniversario del centenario de su nacimiento, y en el que se presentaba el libro Bobby Deglané, el arquitecto de la radio, escrito por Miguel Ángel Nieto. Vinieron invitados de la talla de Carlos Herrera, Luis del Olmo, Mariano de la Banda, Alicia López Budia, Marisol del Valle y muchos otros. Grandes, muy grandes.
Como el autor del libro había sido profesor nuestro, contó con nosotros para organizar el acto y encargarnos personalmente de cada uno de los ponentes, a los que haríamos una entrevista después, por parejas. Y aquí es adonde os quería llevar. El personaje del que yo era encargada era nada más y nada menos que José Luis Pecker. Fue una elección personal porque además su hijo nos había dado clase el año anterior y queríamos agradecérselo en cierta forma. También, qué duda cabe, porque es uno de los mejores profesionales de la radio y la TV que ha existido jamás. Pero muy especialmente porque habíamos oído que lo habían dado totalmente de lado en la radio donde trabajaba por aquellos tiempos.
A lo largo de todas las ponencias iban desfilando cada uno de estos (inmensos) periodistas para hablar de su experiencia con Bobby, sus aventuras, lo que aprendieron de él, lo que ha significado para ellos y para la historia de la radio… nosotros (el equipo organizador) esperábamos en un lateral del Aula Magna a que fuera el turno del nuestro para acompañarlo al atril. Pecker fue de los últimos en hablar, y hasta entonces, las palabras de muchos de sus compañeros iban dirigidas a él. Carlos Herrera lo criticó (entre risas y lágrimas) por no escuchar nunca su programa. Pecker, se excusó, cuando fue su turno, diciendo que no lo escuchaba ni a él ni a nadie. Y ¿por qué? Porque lo ha dado todo, ha entregado su vida por la radio, se ha volcado en cuerpo y alma y no se lo han querido agradecer. Nos ha regalado un trabajo ejemplar del que cualquiera de nosotros podría aprender y ni siquiera se han molestado en hacérnoslo llegar a los de mi generación. Se quedó en el olvido de muchos, pero en el recuerdo de los más grandes, y de esas mentes aún despiertas que lo siguen amando. No fui la única que lloró con su intervención, pero es que no es difícil llorar cuando descubres lo que previamente había dicho Bobby en una ocasión: una palabra vale más que mil imágenes. Es cierto, Pecker me lo hizo ver. Su voz, su forma de jugar con ella llevándola a territorios inhóspitos, bailando las palabras, subiendo montañas para luego bucear con ellas… me tocó por dentro hasta descomponerme. Y yo, que lo tenía que ayudar a bajar las escaleras (necesita muletas para sostenerse) para conducirlo a su sitio, casi dejo caer una lágrima. Pero no llegó ahí. Llegó cuando cerró el acto uno de los hijos de Bobby Deglané y entre muchos agradecimientos (¡qué adorable familia!) tuvo un especial recuerdo para José Luis Pecker y, claro, una, que no es de piedra, se pone a llorar, muerta de la vergüenza (pero no lo suficiente como para dejar de hacerlo).
Pero es que una había estado hablando antes con él y ya la había emocionado. Sus palabras de cariño para su mujer (me contó cómo se conocieron, los hijos que tuvieron, los nietos…), cómo se le llenaba la boca hablando de su hijo Carlos (entre otras cosas, realizador de la Ruta Quetzal, y el que había sido mi profesor de Producción y Realización Audiovisual), cómo lo quería la gente (todos los ponentes se entregaban a él en efusivos abrazos). Y, qué queréis que os diga. Bobby ha tenido que esperar mucho tiempo para recibir un más que merecido homenaje y da rabia, mucha. Y a Pecker le han hecho tanto daño que ya ni siquiera es capaz de escuchar la radio (sólo música, Albéniz). Qué pena. Yo es que soy incapaz de asimilarlo. La vida es injusta. Y nosotros… a nosotros nos falta que nos refresquen la memoria histórica un poquito porque es una lástima la basura que tenemos que soportar en los Medios de Comunicación. Y ayer deseé haber tenido veintidós años en los cincuenta.
Para todos los inquietos y, especialmente, a los que ayer nos volcamos en el homenaje.
Y aquí va una canción como un mar de palabras