es alto y a ti te parece el más alto del mundo y es guapo y a ti te parece precioso y es inteligente y tú le darías un premio a la sabiduría y además es generoso y se hace preguntas y nada sacia su curiosidad hasta que no apareces tú y le cierras la boca con un beso. Te encanta su boca. Pasarías en ella tantas temporadas. Te gusta navegarla y aprenderla como todas esas asignaturas que aprendes sabiendo que no van a servirte para nada. Pero esto lo haces con ganas, porque ella te devuelve con creces tanto tiempo en sus olas. Y te gustan sus pies y sus manos. Sobre todo sus manos porque nunca habías imaginado que existían unas manos tan bonitas. Pero existen y son tuyas. Que te las regaló esa noche en que las puso sobre la mesa y a ti no te quedó más remedio que tomarlas y besarlas y decirle que nunca nadie te había hecho un regalo tan bonito -aunque en realidad no dijiste nada, pero te pusiste a llorar, que es más o menos lo mismo-. Y, sin embargo, cada día te hace mejores regalos si cabe.
ELLA
dice que exageras pero no lo puedes evitar. Te conmueven sus ojos porque te ves en ellos y porque siempre apuntan a ti, como esa bala que te clavó y no consigues arrancarte. Es que ella se dedicaba a ir dejándote heridas para poder tener una excusa y después curarte. Y lo hace. Y cuando no sabe hacerlo te sonríe y a ti te gusta tanto su sonrisa que eres capaz de perdonarle cualquier cosa. Y te vuelve loco cuando se coloca tanto el flequillo hasta taparse bien la frente a pesar de que tú preferirías que la tuviera al descubierto: ya sabes que la reserva para ti. Me ha dicho que no entiende cómo puedes soportarla pero no tiene muy claro todavía cómo puedes amarla de esa manera en que lo haces. Es tan egocéntrica que se creía la única capaz de hacerlo así, poniéndolo todo, agarrándose a ti desde las entrañas hasta las orejas. Qué puede hacer, ya sabes que no concibe otro plan de acción que el de pasarse las horas espíandote con el rabillo del ojo, ese que forma parte del tándem que tanto te emociona.