A veces sólo estamos vivos. Vivos sin más. Vivos sin vivir. La vida como estado, como pasión pero no como acción. Dejamos que pase el tiempo o el hombre de nuestra vida y no nos levantamos del asiento porque no tenemos ganas. Perdemos el tren o la fotografía perfecta pero no queremos echar a correr, atrasar el reloj y congelar ese instante. Dejamos de amar para ser amados; dejamos que nos cuiden y nos bailen el agua y no buscamos nada que regalar. Ponemos el cuerpo para recibir abrazos pero no damos manos ni hombros ni risas ni llamadas de teléfono. Como si no hubiera tiempo para nadie más que para nosotros mismos. Como si no hubiera nadie de quien preocuparse...
Hoy quiero daros las gracias a todos los que estáis ahí, los que entráis en este espacio y comentáis y los que no. Los que lo leéis desde lejos y los que estáis a mi lado. A los que os llegan estas palabras y a los que no. Los que me dais la razón y los que disentís. A todos, de verdad, gracias por seguir al otro lado de la pantalla. Y gracias sobre todo a ti.