Nos dijimos tanto que creímos habérnoslo dicho todo. Y dejamos los dedos apartados para escribirnos con la voz, de vez en cuando, como si no hiciera falta nada más.
Pero echamos de menos las palabras escritas, que empujan y se hunden en la piel, guiando a los tobillos cada vez que echamos a andar o decidimos dormirnos abrazados.
Quiero que me comas el corazón lento y profundo. Y que tu música me llene de nuevo de aire los pulmones. Respirarte fuerte y robarte el aliento con un beso de precisión quirúrgica.
Agárrate a mis vértebras, puedes usar mis costillas para escalar el romántico ambiente de las noches en vela, en las que tenemos prohibido cerrar los ojos si no es para soñar despiertos o dar paso a un baile de lágrimas.