lunes, marzo 26, 2007

El Principito


Viví así, solo, sin nadie con quien poder hablar verdaderamente, hasta cuando hace seis años tuve una avería en el desierto de Sahara. Algo se había estropeado en el motor. Como no llevaba conmigo ni mecánico ni pasajero alguno, me dispuse a realizar, yo solo, una reparación difícil. Era para mí una cuestión de vida o muerte, pues apenas tenía agua de beber para ocho días.
La primera noche me dormí sobre la arena, a unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Estaba más aislado que un náufrago en una balsa en medio del océano. Imagínense, pues, mi sorpresa cuando al amanecer me despertó una extraña vocecita que decía:
- ¡Por favor... píntame un cordero!
-¿Eh?
-¡Píntame un cordero!
Me puse en pie de un salto como herido por el rayo. Me froté los ojos. Miré a mi alrededor. Vi a un extraordinario hombrecito que me miraba gravemente.
Ahí tienen el mejor retrato que más tarde logré hacer de él, aunque mi dibujo, ciertamente es menos encantador que el modelo. Pero no es mía la culpa. Las personas grandes me desanimaron de mi carrera de pintor a la edad de seis años y no había aprendido a dibujar otra cosa que boas cerradas y boas abiertas.















Miré, pues, aquella aparición con los ojos redondos de admiración. No hay que olvidar que me encontraba a unas mil millas de toda región habitada. Y ahora bien, el hombrecito no me parecía ni perdido, ni muerto de cansancio, de hambre, de sed o de miedo. No tenía en absoluto la apariencia de un niño perdido en el desierto, a mil millas de distancia del lugar habitado más próximo.
Cuando logré, por fin, articular palabra, le dije:
- Pero… ¿qué haces tú por aquí?
Y él respondió entonces, suavemente, como algo muy importante:
-¡Por favor… píntame un cordero!
Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer. Por absurdo que aquello me pareciera, a mil millas de distancia de todo lugar habitado y en peligro de muerte, saqué de mi bolsillo una hoja de papel y una pluma fuente. Recordé que yo había estudiado especialmente geografía, historia, cálculo y gramática y le dije al hombrecito (con un poco de mal humor), que no sabía dibujar.
- No importa - me respondió-, píntame un cordero!
Como jamás había dibujado un cordero, rehíce para él uno de los dos únicos dibujos que yo era capaz de realizar: el de la serpiente boa cerrada. Y quedé estupefacto cuando oí decir al hombrecito:
- ¡No!, !No! Yo no quiero un elefante en una serpiente. La serpiente es muy peligrosa y el elefante ocupa mucho sitio. En mi casa es todo muy pequeño. Necesito un cordero. Píntame un cordero.
Entonces dibujé un cordero. El hombrecito lo miró atentamente y dijo:










-¡No! Este cordero está ya muy enfermo. Haz otro.
Volví a dibujar.









Mi amigo sonrió dulcemente, con indulgencia.
-¿Ves? Esto no es un cordero, es un carnero. Tiene cuernos…
Rehice nuevamente mi dibujo: fue rechazado igual que los anteriores.









-Este es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.
Falto ya de paciencia y deseoso de comenzar a desmontar el motor, garrabateé rápidamente este dibujo, se lo enseñé, y le agregué:



-Esta es la caja. El cordero que quieres está adentro. Con gran sorpresa mía el rostro de mi joven juez se iluminó:
-¡Así es como yo lo quería! ¿Crees que sea necesario mucha hierba para este cordero?
-¿Por qué?
-Porque en mi casa es todo tan pequeño…
-Alcanzará seguramente. Te he dibujado un cordero bien pequeño.
Se inclinó hacia el dibujo y exclamó:
-¡Bueno, no tan pequeño…! !Mira! Está dormido…
Y así fue como conocí al Principito.

miércoles, marzo 21, 2007

...

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca, me miras, me miras a mí, cada vez más de cerca, cada vez menos míos mis ojos, menos tuyos los tuyos, más nuestros, más de ambos, más cerca, tan cerca que ya no hay distancia, no hay espacio entre tu mirada y lo mirado, entre tú, entre yo, que ya no usamos más que el pronombre nosotros. Me miras, me miras, me miras de cerca, de cerca y sin saber que te observo, que tengo ojos en la espalda, en las costillas, en las muñecas tengo ojos también y te miro y aspiro el aire que ya no aguanta entre tu mirada y las mías, que estamos absorbiéndolo todo, destruyendo el ozono, las leyes físicas que nos contaban en el cole de que dos objetos no pueden ocupar a la vez el mismo espacio. Mentira. Mentira. Mentira.

lunes, marzo 19, 2007

El beso

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.





Rayuela, capítulo 7.

sábado, marzo 17, 2007

http://www.youtube.com/watch?v=s9e7ot5R6L4
Quiso estar presente mientras Lynch dictaba órdenes ante el telón rojo. Que Blue Velvet es suya y sólo suya y nadie era más irresistible que ella, ni tenía la piel tan suave ni tan azules los ojos. Y quería estar en todas las películas de Rohmer que no ha visto y en una de Patrice Leconte con un sugerente vestido de color imposible, y en todos los colores de Kieslowski, por supuesto. Le habría gustado enamorar a un director ruso y convencer a Mamet de su método. Habría llorado por ser recortada por Medem en un plano de Tierra, o por ser musa del Woody Allen de siempre. Amó inspirar a von Trier entre tanta heroína del dolor, que ya era hora de una venganza dulce y lenta. Siempre quiso unos zapatos rojos de purpurina y tres amigos, tres, como los tres cerditos, los tres ositos, las tres malvadas de la Cenicienta (que todos sabemos que a Disney le encantan los números tres y 7, y un montón de simbología imposible de descifrar sin que lo hayan hecho ya antes). Se quedó con las ganas pero hubiera matado por tener unos años más y la cara de Francesca para el Madison County. Y por ser la Lolita de Kubrick, la filósofa de Tokio, la muñeca vagabunda de una película japonesa, o el fuera de campo más hiriente de In the Mood for Love. Quiso ser todas ellas, y muchas más, muchas que no se atreve a pronunciar, que le han causado bastantes quebraderos de cabeza y muchos cristales rotos.

L'Amant (Marguerite Duras)


Un jour, j'étais âgée déjà, dans le hall d'un lieu public, un homme est venu vers moi. Il s'est fait connaître et il m'a dit : "Je vous connais depuis toujours. Tout le monde dit que vous étiez belle lorsque vous étiez jeune, je suis venu vous dire que pour moi je vous trouve plus belle maintenant que lorsque vous étiez jeune, j'aime moins votre visage de jeune femme que celui que vous avez maintenant, dévasté".




domingo, marzo 04, 2007

Las bailarinas azules


Se habían leído los labios en todos los idiomas y los cuerpos se habían leído y bebido y querido a todas horas también. Calla, no digas nada, dijo. Y a ella se le cayeron dos o tres lágrimas que parecían no querer irse a ninguna parte, sólo escapar de allí. Te quiero, contestó. No digas nada, volvió a decir, que tu amor no es más que dos palabras, que no me mantiene vivo, que lo que quiero es sentirlo de verdad, sentirlo con la piel y con tus ojos, que seas capaz de darme un dedo o una oreja o un hombro, que seas capaz. Lo soy, contestó sollozando. No, no lo eres, sólo me quieres porque he prometido hacerte mi musa y tú has querido enamorarte de mí, dijo y que nunca había sentido amor ni por su sombra dijo y que mucho menos por un artista bohemio que vivía en una buhardilla y sólo comía dos o tres veces por semana, de noche, encima del colchón sin sábanas donde dormía, asomado por la ventana minúscula que escondían tantos y tantos amaneceres. No, no me quieres, sólo estás maravillada, dijo. Maravillada porque nunca has sido como yo, porque nunca has conocido a nadie como yo, que se puede permitir el lujo de ser un inconsciente, un insensato, un muerto de hambre con muchas ideas, eso sí, muchas ideas y muchas imágenes en la cabeza y mucho arte y mucha esquizofrenia también.